Ambas almas reían y danzaban una frente a la otra, en círculos se acercaban y alejaban, se saludaban en la corriente de energías que se tornaba un ciclón a su alrededor. El tiempo corría y se detenía, sin control y sin medida, y flotaban y volaban, se dejaban llevar por la marea que se levantaba como paredes empujadas por el viento y la Luna. Y sin que se dieran cuenta de cómo había pasado, una corriente las empujó en direcciones opuestas, separó sus manos incorpóreas que hasta entonces habían permanecido unidas, como muestra de que sus destinos estaban unidos.
Cuando quisieron darse cuenta, separadas por una pared arremolinada de una corriente más negra que el vacío, ya no pudieron hacer nada. Ambas almas habían quedado atrapadas en la soledad, una de ellas erguida entre llamaradas lánguidas sin color, y la otra soportando sobre ella el peso de un mar sin agua.
Y fue ésta la que, aplastada por fuerzas superiores a su propia energía, se abrió paso entre bocanadas de locura y entre olas de violencia declaró la guerra a los remolinos y a las llamas para reencontrarse con quien portaba la mitad de su destino. Pero era tarde y el lazo que las unía ya no existía. Era tarde y las lánguidas llamas que rodeaban a su otra mitad la habían tornado un alma diferente y extraña.
Y por primera vez en aquel lugar donde el todo y la nada conviven, donde la materia es escurridiza y las energías vagan libres en corrientes de colores y sensaciones, aquel alma que sufría tomó forma, y en su recién nacido corazón encerró todos sus sentimientos y recuerdos.
Vagó durante tres eternidades, y al principio de la cuarta encontró por casualidad, en un recóndito rincón de un mundo al que ya no pertenecía, a la cambiada mitad que había dejado atrás. La cordura le susurraba que continuara su viaje por otras tres eternidades más, pero en su corazón hubo un recuerdo que se activó y lo resquebrajó, rompiendo la carcasa y dejando que todo lo que contenía se esparciera y explotara, girando en torno a aquella alma tiempo atrás olvidada que ahora regresaba, aquella alma que era su todo y su nada.
Se abrió su corazón como se abren las puertas a la sala de los condenados, como se abrieron una vez los mares sin agua y las lánguidas llamas frente a su locura, se abrió y su contenido se lo entregó al recuerdo andante de su mitad. Esperó una eternidad y media más allí, descompuesta y desprotegida, a que algo sucediera, a que su mitad respondiera y con una cálida corriente de ilusión arreglara los desconchones y las fracturas de su corazón.
Pero en lugar de ello, simplemente se hizo el silencio. Un silencio que dura desde entonces y que ya cuenta siete eternidades, tres vidas, un suspiro y dos lágrimas.
Asomada a la ventana te espero. Hace
media hora que deberías haber llegado. Nunca sueles llegar tarde.
¿Qué te pasa? ¿Por qué tardas tanto? La comida está en la mesa.
Ya se habrá enfriado. Hoy era un día especial. ¿Por qué aún no
has llegado? Me siento en el sofá. Mi vestido ya se ha arrugado.
Las velas se han consumido y el champán ya está descorchado. Tu
móvil sigue apagado. Aún no me has llamado. La música ya no suena.
El CD se ha acabado. Aquí sigo esperando.
El teléfono suena y
salto a cogerlo. Un accidente. Tú, el accidentado. El resultado.
Nadie se ha salvado. Cuelgo el teléfono. Lo lograste. Me has
engañado. Vuelve pronto. Estaré en la ventana. Esperando.
Nunca descansa la Parca de su macabro ir y venir de almas. Los hay que hablan de dolor, de pérdida o de traición, de vidas cortas o muertes trágicas. No podría el Heraldo de la muerte seguir con su camino si supiera con certeza que arrebata sin más vidas y sueños, y en eso nos refugiamos todos nosotros mortales que tenemos por seguro que algún día nos veremos las caras con el Destino.
Lloramos cuando vemos acercarse su sombra, tememos cuando su guadaña se cierne sobre nosotros, suplicamos clemencia antes de sentir su mano sosteniendo nuestras almas. Duro trabajo es el de las Moiras que pasan la eternidad cortando hilos sin cesar, dura y penosa la tarea de Caronte, guía de almas perdidas y llenas de pena.
Es oscuro el río e incierto el viaje que lleva al Otro Lado. Oscuro como la soledad que te acecha cuando tu corazón ya no late. Incierto como todo suelo que pisan tus pies sin la seguridad de a dónde te podrá llevar.
Pero incluso en los más oscuros e insólitos rincones de nuestra existencia hay una pequeña luz. Pequeña y delicada, fina como la plata, del azul del cielo cuando se acerca el crepúsculo. Suficiente para reconfortar una esencia desparramada entre los pilares del miedo y la desesperanza. Suficiente para servir de guía a aquellos que, arrancados de la calidez de la sangre corriendo por las venas, se ven arrastrados a una vorágine de energías y pensamientos entremezclados en el vaivén del remolino del tiempo.
Cuando tu pasado, tu presente y tu futuro son revelados, entonces y sólo entonces, se cierran las puertas a tus espaldas. Ya no oyes los llantos, ni los lamentos, no sientes el punzante dolor que te estuvo acompañando en tu camino.
Y entonces llega la paz. Tu espíritu queda libre, y agradeces a los heraldos que te hayan llevado hasta la salvación.
La sombra de la Parca no es el final del camino. Cuando las Moiras cortan tu hilo solo pierdes la cáscara que te mantenía de pie y atado al mundo material. Libre quedas para iniciar el camino al Inframundo, para empezar una nueva vida muy diferente, para comprender lo que tu mente no era capaz de comprender antes.
No llores con la sombra de la Muerte, no supliques el quedarte. Cuando los llantos queden atrás y el dolor desaparezca, agradecerás tener la oportunidad de algún día poder empezar de nuevo. No temas nunca ni sufras cuando llegue el momento, pues todos tarde o temprano deberemos iniciar el viaje sin regreso.
Un día, una niña se levantó de la cama y salió a pasear. Esa niña hacía mucho que había perdido la ilusión, vivía sin ganas, y su vida era una constante rutina. Se sentó en un banco del parque y al rato, una chiquilla pelirroja se sentó a su lado. De buenas a primeras entablaron conversación y ¡quién se lo iba a decir!, esa chiquilla le devolvió la ilusión y ahora son inseparables.
Sentí la primera gota de lluvia caer sobre la punta de mi nariz. Mis ojos se alzaron al cielo, sin moverme ni un ápice. Mis dedos traquetearon sobre mi mejilla, sosteniendo con una mano que temblaba mi barbilla, con las piernas cruzadas en aquel banco del parque, tratando de entrar en calor. Hacía frío, mucho frío, pero eso no me importaba. Despegué los labios lentamente, tan lentamente que pude escuchar en el silencio del crepúsculo cómo se rasgaban mis labios helados y heridos. Sentí el calor de unas gotas de sangre que los bañaban mientras una pequeña nube de vaho daba forma a mi suspiro.
Allí al fondo, sin percatarse de mi presencia, estaba él. Sonreía como nunca le había visto hacer, sin apartar sus ojos de ella. Como no, ella. Siempre ella. Pero yo no podía apartar mis ojos de él. Como no, él. Siempre él.
Descrucé las piernas y apoyé los codos en las rodillas, apoyando la barbilla en mis manos cruzadas. Sentía las pequeñas y frías gotas de aquella lluvia fina caer sobre mi pelo. Miré al suelo. Me tapé la cara con las manos, respiré fuerte para calentarlas y las metí en los bolsillos, recostándome en el banco. Con la punta de mi zapato dibujé en la nieve, sin mirar, dos garabatos que pretendían ser personas. Les unía una línea.
Hacía tanto frío que deseé llorar para sentir algo de calor en mi rostro. Pero en lugar de llorar sonreí. Le miré de nuevo, allí a lo lejos, inmerso en su felicidad, agarrando de la mano a la razón de sus sonrisas. Y miré de nuevo al cielo, oscuro. Un par de gotas cayeron en mi pupila, resbalando por el iris de color café, hasta deslizarse por mi mejilla. Y de nuevo sin mirar, borré la línea de nieve que unía a los dos garabatos.
Me levanté y, con las manos en los bolsillos, caminé sin saber muy bien a donde. Supongo que eso no importaba. No miré de nuevo. No lo necesitaba. Le dediqué un último recuerdo, y me fui.
Si gritara lo que siento, temblaría el mundo entero. Es como si mi cuerpo fuera demasiado frágil, demasiado pequeño para contenerlo todo. Cierro los ojos y huyo, me escondo y callo, sonrío en silencio en la farsa de mi vida. Parece mentira que aún no haya aprendido que nada de eso sirve, nunca sirve, cuando intentas huir de ti mismo.
Ni sangre ni tinta consiguen consolarme. Me consumo y me enveneno, y si intento ser de piedra me rompo contra el suelo. Piensan que soy fuerte, capaz de todo, que me como el mundo. Piensan que ese ser poderoso y etéreo que soy para ellos también me ayuda en mis momentos de duda e indecisión.
Pero yo no tengo ayuda, nunca la he tenido, y sé que nunca la tendré. Sin encontrar nunca mi sitio, camuflada entre la gente, sola entre la multitud. En silencio y sin detenerme, sobre espinas y cristales, en el camino de mi vida sin valor.
Si gritara lo que siento, temblaría el mundo entero. Si gritara lo que pienso, ni los dioses podrían contener mi tormento.
Wonderland and Soul
Soul and Wonderland
Mates 4ever
Cause there is no a Wonderland without a Soul
4ever mates
Cause there is no Soul without a Wonderland
Written by Spin-chan and Alexandra